Caminaba sin rumbo por la calle
de los Balcones. Era una noche de invierno y comenzaba a chispear, pero eso a
Ana no le importaba, al contrario, le venía bien ya que tenía que espabilar de
aquel golpe que había recibido. Parecía que toda su vida se venía abajo. Segundos
de indecisión la hacía frágil sobre todo, al interlocutor que tenía al otro
lado del aparato. Una voz ronca le anunciaba que ya era insostenible aquella relación,
que se ahogaba, que no podía respirar. Ana, con cara de espanto, casi sin creer
lo que estaba escuchando de su querido Carlos sólo pudo decir te quiero, te
querré siempre. Ahora en ese paseo esas palabras pronunciadas se le atragantaban,
se preguntaba si Carlos la querría igual. Su vida pasó en segundos como una
película por su cabeza. Quince años de relación y de repente en un viaje de
trabajo le dice por teléfono que se ahoga, que no puede respirar. No lo
entendía, o sí, pero el caso es que esas palabras no parecían venir de él, esas
palabras las había escuchado ya. Intentaba poner en orden sus recuerdos primero
aparecieron los odiosos, los que le hubiese gustado olvidar, pero allí estaban
de escudo a su dolor. Después vendrían los otros, los que la hacían sentir comprensiva
ante los sentimientos de Carlos. Ana no paraba de llorar mientras recordaba la
llamada, su voz ronca y entrecortada, como con miedo a decir lo que ella estaba
escuchando, el caso es que no tuvo claro el motivo de tal separación, él sólo
le dijo que se ahogaba, sólo que se ahogaba. Sí, ahora lo recuerda. Había
utilizado las mismas palabras que hace años ella pronunció en un intento de
separación temporal. No podía creer que estuviera utilizando sus argumentos
para decirle adiós. Siempre supo que no era muy ingenioso a la hora de sus
excusas, pero copiar sus argumentos, eso, la mató.
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